Cierre los ojos e imagine un país con playas paradisíacas sin cadenas hoteleras all inclusive, sin desempleo ni pobreza, sin tsunamis ni huracanes, sin contaminación ni conflictos por construcción de papeleras, sin dengue ni epidemias que afecten la salud de sus habitantes. No es el paraíso aunque se parece. Lástima que está lejos de Uruguay.
Se trata de las Islas Vírgenes Británicas (BVI, por sus siglas en inglés), un archipiélago de 50 pequeñas islas ubicadas en el Mar Caribe al este de Puerto Rico. Para llegar desde Uruguay a Tórtola, la capital, hay que viajar hasta Miami y desde ahí al aeropuerto de San Juan de Puerto Rico, el único que cuenta con vuelos con conexión a la isla.
Como dice su nombre, Islas Vírgenes es un territorio británico de ultramar que logró su autonomía en 1967, lo que les permite a sus nativos elegir un ministro jefe a cargo del Ejecutivo, cuyo poder es compartido por un gobernador elegido por la reina de Inglaterra.
En los hechos, las áreas de defensa y asuntos exteriores están bajo responsabilidad del Reino Unido, mientras que la legislatura y el ejecutivo están a cargo del ministro jefe isleño, como sucede con la mayoría de los territorios que pertenecen a la Commonwealth Británica.
A fines de los años `70 las autoridades conformaron un marco legal para que Tórtola se transformara en uno de los principales paraísos fiscales del planeta. Actualmente hay cerca de 700.000 compañías inscriptas en las BVI, de las cuáles 400.000 están activas. Cada una paga un mínimo de 350 dólares al año. La inscripción es una estampilla que autoriza a la empresa a realizar operaciones financieras en la isla. Con esa estructura, servicios financieros y turismo son los principales ingresos de este país que no supera los 23.000 habitantes.
El turismo es otro punto fuerte de la isla. La temporada alta comienza en enero y se extiende hasta principios de abril, ya que es la etapa del año donde se registran las temperaturas más agradables, que promedian entre 25 y 30 grados. Durante esos meses, entre tres y cuatro cruceros visitan el puerto de la ciudad de Tórtola por no más de 24 horas, para que turistas de Europa y Estados Unidos realicen un recorrido por la feria artesanal para comprar souvenirs, y después seguir viaje.
Además de imponentes cruceros, cientos de yates y catamaranes amarran en el puerto de Tórtola, mientras que otros tantos provenientes de Saint Thomas anclan a pocos metros de las playas de dos de las tres islas más importantes, Virgin Gorda y Jost Van Dike.
Pese a no contar con grandes cadenas hoteleras, ni un gran desarrollo en los servicios de la gastronomía, 350.000 personas visitan las islas por año, lo que representa el 45% de la economía. Pasar la noche en cualquiera de los hostales que tienen las BVI no baja de los 800 dólares, con una infraestructura que no supera las tres estrellas. Su valor agregado está en la belleza de las playas, donde la mano del hombre apenas se percibe en el armado de improvisados paradores de madera y alguna que otra sombrilla para resguardarse del sol. El resto, es mérito de la naturaleza.
No está en los planes de los isleños modificar esta política de turismo que, por cierto, es muy diferente a la que plantea la vecina isla St. Thomas, que pertenece a Estados Unidos, y con la que comparte el dólar como moneda.
St. Thomas es todo lo contrario. Cada playa tiene su hotel correspondiente y el estilo de vida es similar al de Cancún. Pese a que hay paseos y sólo 20 minutos en barco separan Tórtola de St. Thomas, para ingresar a la isla estadounidense hay que llevar pasaporte con visa al día y pasar la exigente prueba de seguridad a la que la policía estadounidense somete a los turistas.
En las BVI, en cambio, recién se está planteando la posibilidad construir un resort exclusivo, aunque la aprobación del mismo depende de un estudio de impacto ambiental. Las autoridades locales siempre fueron reticentes a aceptar propuestas de cadenas hoteleras, con el fin de evitar cualquier relación con la época de la esclavitud, de donde descienden la mayoría de los nativos.
Población privilegiada
Más del 83% de los pobladores tienen raíces afrocaribeñas, mientras que el 7% son blancos descendientes de ingleses. Se calcula que el 10% restante son residentes temporarios que trabajan fundamentalmente en consultoras y fondos de inversión instalados en el centro de Tórtola.
De acuerdo a la base de datos del Fondo Monetario Internacional, el PBI per capita de las Islas Vírgenes es de 38.500 dólares y ocupa el undécimo puesto a nivel mundial, por encima de potencias como Japón, Alemania y Australia.
Quien visite este país, es inevitable que lo relacione con el paraíso. Varios profesionales uruguayos y argentinos se instalaron en Tórtola y dan fe de que la calidad de vida que gozan ahí es incomparable, pese a estar lejos de sus afectos.
La gran cantidad de empresas instaladas en las BVI hace que la demanda laboral supere la oferta ya que en el archipiélago no hay profesionales calificados. La educación en las BVI se reduce a preparatorio universitario. Así es común que aparezcan avisos clasificados en Argentina y Uruguay de empresas solicitando abogados y contadores con conocimiento de inglés para trabajar en las islas.
Los residentes extranjeros no tienen dificultades de ascender en sus trabajos y gozar una buena remuneración económica. Por lo general, las empresas se encargan de conseguirles a los empleados casa y auto.
Salvo excepciones, todos los isleños mayores de 18 años tienen camionetas cuatro por cuatro. Estos autos no son sinónimo de ostentación en la sociedad ya que la geografía de la isla los hace imprescindibles y sus precios son bastante más accesibles que en Uruguay. Además, las motos están prohibidas por ley en la ciudad. Prueba de la cantidad de vehículos son los largos embotellamientos en el centro de Tórtola en las horas pico, que pueden durar más de 30 minutos.
El centro de la ciudad, como es habitual en esta isla, está acompañado del azul claro del agua. El edificio donde se encuentra la consultora KPMG -entre otras multinacionales-, es el más alto de la isla y apenas tiene cuatro pisos porque la ley prohíbe construcciones más altas.
La zona comercial que rodea la oficinas del centro cuenta con un par de cadenas de supermercados que venden carne de primera, tiendas de electrodomésticos y souvenirs para turistas.
En las calles sorprende la abundancia de gallinas que cruzan la vereda con sus pollitos entre las ruedas de los autos. Es muy común que algunos isleños amanezcan con el canto del gallo, ya que hay plaga de estos animales. Lo mismo sucede con las cabras: pequeños rebaños se instalan en las esquinas del centro para comer el poco pasto verde que se encuentra en las esquinas. Las vacas también caminan por las principales arterias del centro financiero como si estuvieran en la estancia y los pobladores ni se sorprenden cuando ven a uno de estos animales girando alrededor de la rotonda de la principal avenida de Tórtola, en plena hora pico.
Salvo el centro, la mayoría de las construcciones están sobre morros. Debido a la dificultad que lleva construir una casa en ese tipo de geografía, el metro cuadrado de construcción tiene un costo de 2.500 dólares, mientras que la compra de un terreno anda en el entorno de los 250.000 dólares.
El 90% de los hogares cuenta con una envidiable vista al Caribe. De hecho, cuando el mar está tranquilo sus habitantes pueden ver desde sus casas las rocas y corales del fondo, gracias a la transparencia del agua.
Uno de los detalles que más molesta a los pobladores es la frecuencia con que se registran apagones, debido al alto consumo de energía eléctrica, sobre todo por la cantidad de aparatos de aire acondicionado que se prenden en la isla para protegerse del calor.
Pocos robos, cero huracán
Otra característica es que todas las casas tienen techo a dos aguas. La construcción no es caprichosa. Este tipo de techo permite aprovechar el agua de lluvia que, a través de un sistema de canaletas, es conducida a una cisterna que almacena agua que se aprovecha para las tareas del hogar. La escasez de agua corriente no es un problema, ya que por lo general llueve una hora por día.
En Tórtola no hay barrios. Los morros son los barrios. Como ocurre en los pueblos más remotos del interior, un puñado de familias aristocráticas con estrechos vínculos con el ministro jefe de la isla construyen varias casas en un mismo morro hasta apropiárselo. De hecho, uno de los morros más habitados de Tórtola lleva el nombre de la familia que tiene más propiedades en ese lugar.
Si en el interior del Uruguay los hijos de los adinerados dan vuelta a la plaza del pueblo con sus camionetas rurales, los de Tórtola se pasean alrededor de la isla con lanchas de dos motores para sorprender al resto de los isleños. Casi nada.
En el otro extremo de la sociedad están los inmigrantes indocumentados. Jamaiquinos, haitianos y guayanos de bajos recursos llegan a esta isla en busca de oportunidades que no tienen en sus países. Cuando la desesperación los supera, suelen robar de los autos algún objeto de valor como radios o iPods, aunque este tipo de episodios son muy poco frecuentes. Para alimentarse aprovechan la abundancia de cabras sueltas en la isla para cocinarlas en un morro despoblado.
Pese a la ubicación de Tórtola en pleno mar Caribe, la isla nunca fue víctima de huracanes. La época en que podrían ocurrir este tipo de fenómenos es en baja temporada turística. Quienes permanecen tampoco temen por un huracán, ya que las viviendas están construidas para soportar vientos de cientos de kilómetros. Por las dudas, cada bloque que compone la fachada de una casa está relleno de cemento para reforzar la estabilidad del hogar.
Durante el verano, la temperatura en las BVI supera los 40 grados y la rutina transcurre de la oficina a la casa con aire acondicionado. El tiempo libre se disfruta en el mar porque tomar sol en la isla es imposible. El calor es insoportable. Esto no significa que los baños en el mar, por ser necesarios, dejen de ser placenteros. De hecho, los residentes disfrutan la paz de la isla en los días más calurosos, ya que no hay turismo, ni cruceros.
En las Islas Vírgenes, el mar oficia de barrera sanitaria natural casi perfecta. Martín Pérez Cambet, un abogado argentino que trabajó durante más de dos años y medio en Tórtola, puede dar fe que la calidad de vida en la isla no se compara con la de ninguna otra parte del mundo. Martina, su hijita de un año y medio, no tuvo enfermedades -ni una gripe- durante la infancia.
Quizás por ese motivo el sistema de salud de las Islas Vírgenes es tan defectuoso. Las autoridades no consideran prioritaria la política sanitaria pese a disponer de recursos para contar con hospitales de primera línea. Por eso, quienes gozan de un buen nivel económico tienen seguro médico para atenderse en Puerto Rico en caso de enfermedad.
Parece el paraíso, pero no lo es.
La guerra y la paz
Armando es el nombre de uno de los residentes más carismáticos de las Islas Vírgenes. La dictadura argentina lo obligó a buscar nuevos horizontes y, casi de casualidad, este archipiélago británico se transformó en su lugar en el mundo.
A fines de los `70, las BVI no eran el paraíso fiscal que son en la actualidad y Tórtola, su capital, era una isla prácticamente desierta, con muy pocos turistas.
Deslumbrado por el color del agua y las playas, Armando se convirtió en el único fotógrafo de la isla y su figura cobró notoriedad con el correr de los años. Sin embargo, Armando nunca perdió su amor por su país, al punto que una demostración de patriotismo casi lo convierte en un preso de guerra durante el conflicto armado por la soberanía de las Malvinas, en 1982.
En ese entonces, las Islas Vírgenes fueron aprovechadas por las fuerzas armadas británicas como puerto para abastecer de combustible a sus buques de guerra que se dirigían hacia el archipiélago austral. Consciente de esa situación, Armando colocaba en el balcón de su casa una bandera argentina.
Este gesto patriótico generó la inquietud del gobernador de las islas, quien le sugirió quitar la bandera, ya que en caso contrario marcharía preso.
Veinticinco años pasaron desde ese episodio. Hoy, Armando es el principal referente de la fotografía en Islas Vírgenes y su sobrina, Paloma, es la propietaria del restorán más conocido de Tórtola, donde el cubierto tiene un costo de 80 dólares y su decoración tiene el estilo de los boliches de Palermo en Buenos Aires.