Los bogotanos que salen de rumba se hacen escuchar a todo volumen en la Zona Rosa, la cara más moderna de la ciudad.
Cualquier día de la semana, hasta las tres de la madrugada, los restaurantes, discotecas, cafeterías de primer nivel se llenan de gente local y turistas sorprendidos ante tanta oferta gastronómica... y musical: desde los ventanales de los primeros pisos, asoman parejas bailando todo tipo de género, aunque el preferido sea el reggaeton.
Todo es chévere si hace ruido en este circuito bogotano, en el barrio Norte Cercano, delimitado por las calles 79 y 85, entre las carreras 11 y 15. Si la idea es ver una síntesis en 200 metros, hay que internarse en el circuito peatonal, el T (por su forma), que concentra la mayor parte de los restaurantes y bares. Alrededor, se suceden locales y shoppings con firmas europeas y norteamericanas. ¿Los precios? Igual de internacionales.
Un destino en sí
Como esta sorpresa, existen muchas otras. El que pisa por primera vez esta capital advierte de inmediato que hay mucho por ver. Que no es una ciudad de paso hacia el Caribe (San Andrés, Providencia), ni a Cartagena, ni a la zona cafetera. Bogotá es un destino en sí mismo.
A 2640 metros de altura, en la falda de las sierras orientales de la Cordillera, su geografía se disfruta entre relieves. La construcción edilicia se eleva sobre ladrillos a la vista. Pero no se trata de una ciudad que crece para arriba, ya que sólo el 30 por ciento es la ciudad como uno la concibe, de concentración de casas y departamentos, y el resto es un gran espacio verde urbanizado, donde lindan barrios residenciales con estancias dedicadas a la explotación del agro. Bogotá tiene con qué sostener su desarrollo, que va a pasos agigantados, sin colapsar. Es que hace 60 años la ciudad alojaba a 800.000 habitantes.
Hoy, asciende a los 8 millones.
Para los que teman por su seguridad, cabe destacar que la violencia bajó en gran escala comparada con los años 80, según expresa el Instituto Distrital de Cultura y Turismo. Además asegura que es una ciudad mucho más pacífica que otras en América del Sur. Uno puede caminar con tranquilidad por las calles, sin sentirse intimidado por la presencia de policías armados. La hospitalidad y el buen trato al turista son una constante.
Algo de lo que muchos bogotanos se enorgullecen, además de la distinción de la Unesco como Capital Mundial del Libro 2007, es de su nuevo sistema de transporte público. Si bien en un principio fue resistido por el público, logró ordenar y agilizar el caos vehicular. A falta de subterráneo, la ciudad está dotada de un moderno sistema de buses rápidos, el TransMilenio: una red de autobuses articulados con decenas de estaciones a lo largo de seis grandes avenidas. Si antes de ser implementado se tardaba tres horas en cruzarla de Norte a Sur, ahora se demora sólo una. Está tan bien ideado que fue premiado por la ciudad de Estocolmo en 2002, en el Día Mundial del Medio Ambiente.
Por las calles, el deporte
"Bogotá no tiene mar, pero tiene ciclovía", dice el guía de turismo mientras señala las avenidas cortadas al paso de los vehículos donde familias enteras pasean en bici o en rollers al mejor estilo Miami. Los domingos y días festivos, de 7 a 14, el deporte gana las calles. Y no sólo eso, hay ciclorrutas, para pedalear con casco. Quien se lo proponga podrá llegar de ese modo incluso hasta La Candelaria, el centro histórico, un espacio bien conservado que se llena de color con los típicos balcones rebozantes de santarritas.
La plaza de Bolívar es la más importante. Todo se concentra a su alrededor. Con hacer un paneo hacia los cuatro costados, están la iglesia, el Congreso, la Alcaldía Mayor y el Poder Judicial. Por lo tanto no será extraño encontrarse de repente en medio de una manifestación.
Junto a las viejas casonas -algunas datan de 1650-, almacenes y locales de pastelería tradicional, está el Museo Botero, con obras donadas por el famoso pintor y escultor nacido en Medellín y cuyas figuras suelen ser hasta reconocidas por los chicos.
Las salas incluyen 120 obras de su autoría. Los cuadros, tamaño extra large, dan un paseo por diferentes series, en la que se ve mucho más que cuerpos desproporcionados en su volumen. Hay un bosque denso, una naturaleza muerta, un autorretrato, una pareja de bailarines. Además, la sección de esculturas. Por otra parte, allí es posible ver más de 60 piezas de renombrados artistas de los siglos XIX y XX, también donadas por Botero.
Un lugar imperdible para todo el que esté al menos un día en Bogotá es el Museo del Oro, el más importante en su género en el mundo, creado en 1939 para conservar y difundir el patrimonio cultural precolombino. ¿Qué se puede ver? Cerca de 34 mil piezas de ese metal, incluida también la orfebrería colombiana.
Domingos ideales
Un recorrido ideal para una salida dominical es la feria artesanal al aire libre de Usaquén, un pequeño pueblo de calles angostas convertido en barrio de la ciudad. Allí se pueden encontrar lindas molas (tapices), bijou, carteras. Además resulta un buen lugar para almorzar, junto a la iglesia de Santa Bárbara.
En el hotel La Fontana también hay artesanos reunidos bajo el sol dominical, con trabajos de muy buena factura, tejidos, marroquinería, incluida la orfebrería con esmeraldas, la piedra que más se comercializa en Bogotá. Y allí mismo, antes del brunch del hotel, se celebra una misa.
Colombia es un país muy católico. Las numerosas iglesias coloniales despiertan mucho interés en el turista. Pero hay lugares que los domingos son una verdadera peregrinación, como el cerro Monserrate, uno de los picos más altos que custodian la ciudad, al que se trepa en funicular o teleférico. Desde allí se accede a las mejores vistas. En la cima está el santuario del Señor Caído, y un poco más abajo hay restaurantes-miradores. Se recomienda ir un día despejado, porque a 3150 metros, uno puede encontrarse envuelto en las nubes.
A una hora de Bogotá, en Zona Norte Lejano, otro lugar muy curioso es un Vía Crucis excavado en el interior de una mina de sal en explotación desde el siglo XIX. Se trata de la Catedral de Sal de Zipaquirá. El recorrido en espiral por sus galerías, entre cruces y oratorios también de sal, dura aproximadamente una hora. La ventilación es buena, aunque el olor a azufre es intenso. Por la ambientación, las tenues luces azules y los efectos ópticos parece el set de una película de suspenso. Vale la pena darse una vuelta.
Por Gabriela Cicero
Enviada especial