nombre con el que bautizaron a los cortos períodos en que contaban con un suministro eléctrico normal en el día. El país vivió en medio de racionamientos de 12 horas diarias o más, que provocaban desde daño a los medicamentos refrigerados en los hospitales, hasta que los vecinos en barrios pobres se agruparan para defender sus hogares de los delincuentes.
Nicaragua no está sola en el tema. Al contrario, se encuentra demasiado bien acompañada. Según Álvaro Ríos Roca, ex secretario ejecutivo de Organización Latinoamericana de Energía (Olade), y ex ministro de Hidrocarburos de Bolivia, en los últimos 12 meses al menos 14 países en América Latina y el Caribe han pasado por una crisis energética, es decir, de abastecimiento. Y 2008 se viene peor. No sólo por las sequías que afectan al Cono Sur de Sudamérica. Varias señales indican que la región enfrenta la obsolescencia creciente de un modelo de generación eléctrica.
En Argentina, por ejemplo, la demanda de energía eléctrica creció en enero en 4,9% frente al mismo período de 2007. Se trata del mes con mayor crecimiento en la historia del país (en 2007 el consumo se expandió un 5,5%). Anticipándolo, el gobierno debió crear el Programa Nacional de Uso Racional y Eficiente de la Energía para evitar los cortes. Éste contempla desde subsidios para que la población reemplace las bombillas incandescentes por las de ahorro de energía, hasta el cambio de horario para aprovechar mejor la luz. Ello provocó un efecto dominó vecinal, porque los argentinos están usando todo el gas que tienen y ello causa problemas en Chile, donde el 47% de la electricidad viene de plantas termoeléctricas alimentadas por un gas que no llega (en enero de 2008 se recibieron en promedio 1,2 millón de metros cúbicos por día, mientras que en igual mes de 2007 los envíos alcanzaron los 15,6 millones de metros cúbicos por día). A lo que se suma que la sequía en la costa surpacífica occidental tiene los embalses de las plantas hidroeléctricas (que alimentan el 53% de la generación chilena) prácticamente secos.
En el suroeste y centro sur de Brasil también ha llovido menos. Por ahora en Brasília descartan la posibilidad de un apagón de energía eléctrica, pero algunos creen que el riesgo de racionamiento no ha desaparecido. Las reservas de las hidroeléctricas llegaron a su nivel más bajo a fines del año pasado y casi todas las termoeléctricas a gas natural ya fueron accionadas. Dos factores se conjugan para generar la escasez: falta de inversión en Bolivia para la extracción de gas y aumento de consumo en Brasil y Argentina, explica Carlos Stempniewski, profesor de Administración de Facultades Integradas Rio Branco. Sucede que la matriz energética brasileña viene desarrollándose sobre la base de la importación de gas de Bolivia, pero este último país no está alcanzando las metas de extracción del fluido.
La escasez también llega a Ecuador, que se ha salvado sólo gracias a la compra de energía a Colombia (que cubre el 10% de su consumo) y Perú, tras más de una década de falta de inversiones. El país está usando sólo el 8% de su capacidad hídrica, pero los privados no invierten porque tienen un desincentivo descorazonador: entre 30% y 25% de la energía no se les paga a las distribuidoras y eso espanta a cualquier inversionista, expone Mentor Poveda, consultor de Olade. Además, cada proyecto hidroeléctrico demora unos cinco años en ser construido y la instalación de cada megavatio oscila entre US$ 1.200 y US$ 1.500. Una carga financiera pesada para que el Estado la asuma solo. Y muchos advierten que la capacidad de la interconexión con Colombia está copada.
En gran parte de América Latina la situación es similar. Ni siquiera la ejemplar Costa Rica pudo escapar de varias semanas de racionamientos.
Quienes no han vivido la escasez, por ahora, son Perú y México. En el primero, sin embargo, parte importante de la población no está integrada a la red. Por ello, un plan estatal de 18 meses y US$ 177 millones planea electrificar el 100% de las áreas donde operan las empresas eléctricas del Estado. Eso hará que el 80% del territorio cuente con suministro. En México, por su parte, aún no hay problemas de desabastecimiento, pero se temen. La Comisión Federal de Electricidad (CFE), la estatal a cargo de la distribución, ya habla de cambios en las tarifas. Hay temores de que el consumo supere a la producción y el estado de la empresa distribuidora está muy cuestionado, dice José Antonio Cerro, profesor del Departamento de Estudios Empresariales de la Universidad Iberoamericana, en México. Aunque se prevé un aumento de 4% en las tarifas residenciales, el gobierno está subsidiando los costos de los combustibles (casi el 80% de la energía viene de plantas térmicas) que este año costarán al Estado US$ 720 millones.
En resumen, en la región la demanda crece más rápido que la oferta, y la escasez acecha.
¿Cómo se llegó a esto? Muchos ponen en el banquillo de los acusados a los gobiernos que no han sabido fijar en un sector regulado las tarifas de manera que estimulen las inversiones. Parece que nos ganamos esta realidad que se nos viene encima, dice Ríos Roca, de Olade, quien afirma que durante años la mayoría de los países no desarrolló una política energética clara y de largo plazo. A su juicio las políticas públicas han estado alejadas de la forma en que se mueven la oferta y la demanda y hay una exagerada intervención estatal, con subsidios al consumo que han trabado las inversiones. En la otra mano, en países como Chile se ha dejado actuar al mercado, pero sin una planificación ordenada. Finalmente, en muchas naciones los privados por un tema de retornos a veces velan por el corto plazo, dice Ríos.
Así, la realidad de la generación es dura. Según cifras de la Olade, la capacidad hidroeléctrica instalada en el continente creció a una tasa de apenas 2,7% entre 1995 y 2005, frente a un índice de 5,5% en la década anterior. Por su parte, la eficiencia en el transporte tampoco ayuda: Estamos perdiendo en transmisión cerca de un 20%, y no debería ser mayor al 9% (el porcentaje más aceptable a nivel mundial), observa desde Quito. Las principales causas están, de nuevo, en la inversión: la falta de mantenimiento de las redes, fatiga de materiales y condiciones ambientales.
Modelo brasileño
Si el modelo de propiedad estatal de las empresas eléctricas derivó en un caos en Ecuador y el modelo de privatización produjo un retroceso de las inversiones en hidroeléctricas en el resto del continente, ¿cuál es la mejor salida? Yo creo que el nuevo modelo brasileño, asegura Poveda. El país eliminó el riesgo financiero al ofrecer contratos a futuro de energía que garantizan a los constructores de hidroeléctricas la venta de energía a cinco años.
Los contratos obligan a los usuarios a comprar energía a los generadores durante ese período, pero no son camisas de fuerza porque los compradores pueden, a su vez, negociar estos contratos en la bolsa. En resumen, los futuros crean el incentivo para que la inversión migre de la generación térmica a la hidroeléctrica, enfatiza Mentor Poveda.
Hoy existen cerca de 50 represas hidroeléctricas en construcción. En todo caso, para Antonio Carlos dos Reis Salim, presidente del Sindicato de Eletricitarios de São Paulo y de la Federaluz y vicepresidente de la Unión General de Trabajadores (UGT), el país debería agregar 10 mil megawatts por año al sistema generador de electricidad. Deberíamos producir 20 millones de kilowatts, pero estamos construyendo plantas con capacidad sumada de apenas dos millones, dice.
El gobierno brasileño también expande la transmisión. El 14 de febrero anunció que el sector recibirá US$ 4.600 millones hasta 2012 para construir 3.000 km de líneas de transmisión en el Sistema Interconectado Nacional (SIN). Habrá torres de hasta 300 metros, casi el tamaño de la torre Eiffel. Para este año el Programa de Expansión de Transmisión (PET) prevé inversiones adicionales de US$ 2.600 millones en líneas que serán licitadas: siete líneas de transmisión para interconectar la región Norte al resto del país hacia 2011.
Redes que faltan
La ironía del plan brasileño es que, probablemente, en 2011 habrá más líneas de transmisión dentro de Brasil que entre todos los países de Latinoamérica. La interconexión entre Colombia y Perú con Ecuador es un ejemplo aislado de integración. En Centroamérica, la dependencia del petróleo ha incentivado la construcción del Sistema de Interconexion Eléctrica de los Países de América Central (Siepac), que se terminaría este año. Siepac trabajará sobre una red de transmisión desde Panamá hasta Guatemala, con interconexiones hacia México, Belice y Colombia. La red, de más de 1.800 kilómetros y con una inversión de US$ 385 millones, está conformada por ocho compañías de la región, junto con la española Endesa y la colombiana ISA. En todo caso, para muchos el proyecto vive sólo por su pequeña escala.
Porque al hablar de interconexión en el Cono Sur, el panorama es más complejo. De hecho, la eléctrica española tiene una línea de interconexión entre Brasil y Argentina prácticamente inutilizada. Las interconconexiones funcionan bien en épocas de abundancia; en épocas de escasez los gobiernos se protegen y no permiten enviar energía, dicen en la industria. Esto podría cambiar ahora en marzo, luego que el presidente Lula según fuentes argentinas aceptara enviar 1.500 MW diarios para ayudar a Buenos Aires. De hecho, los argentinos están construyendo una tercera línea de transmisión (920 km) desde Yacyretá (central argentino-paraguaya) hacia el interior de Argentina y la frontera con Uruguay, lo que facilitará la conexión con Brasil. De todas formas, en general las empresas privadas parecen no estar dispuestas a invertir, a riesgo propio, en líneas entre países. Se trata de proyectos de largo plazo y de fuertes inversiones. Pero si la región no se integra eléctricamente, nos acostumbraremos a que dar la luz sea un parto.
Con informes de Ricardo Castillo (Managua), María Teresa Escobar (Quito), Arly Faundes (Ciudad de México), Verónica Goyzueta (São Paulo), Rodrigo Lara (Buenos Aires) y Francisca Vega (Santiago).
fuente: América Economía